miércoles, 16 de mayo de 2012

-

–A mí, desde niña, me había gustado establecer mis propias normas, sin fijarme en lo que me rodeaba, y seguirlas. Era una niña in­dependiente, concienzuda. Había nacido en Ja­pón, iba a una escuela japonesa, había cre­cido jugando con amigos japoneses. Por eso me sentía completamente japonesa, pero, a pesar
de ello, era de nacionalidad extranjera. Paramí, en sentido estricto, Japón era, al fin y al cabo, un país extranjero. Mis padres no eran del tipo que insiste machaconamente en las cosas, pero esto, sólo esto, sí me lo metieron en la cabeza desde pequeña: «Tú aquí eres extranjera». Y yo decidí que, para vivir en este mundo, debía hacerme fuerte.

Myû prosiguió con voz serena.
–Fortalecerse, en sí mismo, no es malo.Claro está. Pero ahora veo que yo estaba demasiado acostumbrada a ser fuerte y que jamás traté de entender a los débiles. Estaba demasiado acostumbrada a que la fortuna me sonriera y jamás traté de entender a los menos afortunados. Estaba demasiado acostum­brada a gozar de salud y jamás traté de en­ tender el sufrimiento de quienes a veces no la tenían. Cuando veía a personas que,no yéndoles bien las cosas, no sabían qué hacer o estaban paralizadas por el miedo, pensaba que se debía sólo a que no se esforzaban lo suficiente. Los que se quejaban a menudo me parecían intrínsicamente holgazanes. Mi concepción de la vida era decididamente práctica, pero falta de toda calidez humana. Y no había una sola persona a mi alrededor que me lo advirtiera.

Murakami, Haruki;"Sputnik, mi amor"

No hay comentarios: