viernes, 2 de marzo de 2012

La tortuga Maria Antonieta

Hay días en que antes de levantarnos de la cama intuimos, sabemos, que todo ira mal.Así comenzó aquel domingo.Llegaba tarde.Ya tendría que estar en el despacho del abogado con una copia de mis progresos y todavía me estaba vistiendo.
Fui corriendo al lavado y en el pasillo tropecé con la tortuga María Antonieta.No la había visto y solo por un milagro no me torcí el tobillo por enésima vez.

Rabioso, de una patada la hice volar como una pelota.Quizá pueda parecer un trato excesivo para una tortuga sin caparazón.Pues a mi no me lo parecía.En la casa de huéspedes de la señora Pinkerton solo había dos cosas seguras:que la patrona ya era vieja cuando nació Tutankhamon y que su tortuga me odiaba con una pasión insondable.Y que María Antonieta tenia poderes, si, eso también.Por ejemplo: como consecuencia de mi patada voló por los aires de punta a punta del pasillo.Cualquier otra tortuga se habría escondido dentro de su caparazón.Ella no.Como no poseía tal refugio había adquirido el instinto de los gatos y aterrizaba sobre sus cuatro patas.
María Antonieta se dio la vuelta, exaltada.Buscaba al culpable de aquella agresión.Me vio, y cuando me tuvo en el punto de mira me ataco con la rabia dibujada en la boca.Todas las tortugas tienen una boca fea.Pero la de María Antonieta era un espanto, un autentico pico de cuervo.Se aproximaba como un ariete romano.Y avanzaba a la carga.
Alguien podría pensar que las tortugas no hacen cargas de caballería, básicamente porque son tortugas.Pero desde la perspectiva de las tortugas la velocidad debe ser un factor relativo.Bien, pues desde el punto de vista de las tortugas María Antonieta estaba realizando una carga violentísima.
El pasillo era estrecho.Si quería salir de ahí debía cruzarme con ella.Naturalmente, yo no pensaba renunciar a una cita con Norton por el simple hecho de que me atacase una tortuga de temperamento histérico.No me lo podía creer:allí estaba yo Tommy Thomson, enfrentándome con una tortuga como si fuésemos dos caballeros en una justa medieval.
Ella viene hacia mi, a la carga, y yo hacia ella.Escupe una terrorífica espuma blanca por la boca.Nos aproximamos.Estoy casi ensima.Pienso:ahora le pisare una pata, y que llore,y que la Pinkerton se gaste lo que le pago de alquiler en veterinarios.Pero en el ultimo instante, en una ágil maniobra, María Antonieta se zafa, se enrosca en mi tobillo y picotea los calcetines.
yo abomino de aquel contacto de reptil y doy un saltito de repulsión.Ella huye.Yo sufro un traspies.¡Caigo!
En la misma dirección de mi caída se encontraba la ventana del pasillo.A pesar de ello, no hubiese tenido que sufrir las peores consecuencias.Pero cometí dos errores.Llevaba la carpeta de folios escritos bajo el brazo.Me resistía a soltarla, estaba seguro de que con una sola mano evitaría el desastre.Ese fue mi primer error.El segundo consistió en olvidar aquella vieja lección que se enseña a todos los niños, según la cual la parte superior del cuerpo pesa mas que la inferior.No me di cuenta del peligro hasta que tuve la cabeza y el pecho suspendidos en el aire, fuera de la ventana.Solté los folios, que cayeron como lluvia de confeti.Demasiado tarde.Antes de que pudiera evitarlo colgaba del vació.Solo me sostenía cogiéndome con los diez dedos del marco de la ventana.
se supone que para esos casos se han inventado expresiones como ¡auxilio!o ¡socorro!La verdad es que no he conocido a nadie que en una situación dramática grite"auxilio"o "socorro".Nadie:Lo único que podía exclamar era:
EeeHEeehEeeh!



"Pandora en el Congo" de Albert Sánchez Piñol

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