jueves, 29 de marzo de 2012

Pandora en el Congo II

Un buen día Norton se hizo servir uno de sus coñacs. Quería sentarse en una mesa redonda sobre la que lucía una araña de doscientos kilos. Allí acostumbraban a reunirse sus amistades. Pero al darse cuenta de que el juez del caso Garvey ocupaba una de las sillas, se detuvo y dio media vuelta inmediata mente. No le dio tiempo a alejarse:
—¡Ah, Norton! —dijo el juez—. Siéntese con nosotros, por favor.Comprendo que sus reservas profesionales le alejen de mí. Pero me consta que aparte de la abogacía también se dedica a escribir libros. Y aunque nuestros compañeros de mesa no soportarían una conversación sobre papeleo jurídico, no creo que nadie nos recrimine que hablemos de literatura, que es el arte escrito más elevado al que puede dedicarse el ser humano después de la jurisprudencia.
   Era una mesa muy grande y todos los presentes, entre los que se contaban un diputado y Eres lores, claquearon con dos dedos, que era como aplaudían los socios de aquel club tan selecto.
—Supongo que ya todos han tenido el placer de leer la excelente obra patrocinada por el señor Edward Norton, aquí presente —dijo el juez.
Y durante casi veinte minutos se entregó a un elogio sostenido del libro. Norton lo entendió como un mensaje cifrado de que Marcus sería absuelto. Pero el juez aún fue más explícito; cuando se diría que ya había terminado, se explayó con un caso de filosofía jurídica:
—Queridos señores, ¿conocen el caso del tablón griego? —entre los presentes se extendió un murmullo negativo y el juez prosiguió—: Es un viejo dilema al que ya tuvieron que enfrentarse los tribunales de la Atenas clásica. Imaginemos un naufragio en afta mar. Sólo sobreviven dos marineros, que flotan indefensos sobre las aguas. Hallan un tablón de madera. Por desgracia, el madero sólo puede sostener el peso de uno de los hombres. Los náufragos pugnan y finalmente el más fuerte se impone al otro y lo mata. ¿Qué sentencia merece este hombre?
Norton, como jurista, conocía la respuesta. Pero calló. Y el juez no tenía prisa por hacerla pública. Bebió un sorbo de whisky antes de responder:
—Hay lugares, señores míos, en que el derecho no tiene derechos.Hay actos que están más allá de la jurisdicción humana —prosiguió el juez—. Nuestras leyes exigen a los ciudadanos que sean honrados. Pero ninguna ley puede exigir a ningún hombre que sea un héroe.

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